Azzaya no es simplemente una banda; es una manifestación de odio puro y visceral, una maquinaria infernal dedicada a la propagación de la propaganda más vil y blasfema del Raw Black/Death Metal. Desde sus inicios en Turquía, con una alineación internacional, la entidad ha mutado en un colectivo completamente portugués, unificado en su propósito de invocar el caos más absoluto en cada escenario que pisan.
El sonido de Azzaya es un asalto despiadado, un ataque frontal que no deja espacio para tregua. Las guitarras escupen riffs afilados como cuchillas, diseñados para desgarrar el alma de quien se atreva a escuchar. Los tambores no marcan el tiempo, sino que lo destruyen, con ritmos que golpean como un martillo implacable, dejando solo ruinas tras cada compás. Y el bajo, grave y ominoso, parece emanar directamente del corazón de una cripta, como un eco espectral que se niega a morir.
Pero esto es solo el principio. Sobre esta base sónica apocalíptica, las voces surgen como un alarido del mismísimo inframundo. Gritos desgarradores y cánticos rituales se entrelazan en un frenesí demencial, invocando imágenes de sacrificios prohibidos y tormentos interminables. Es un himno a la oscuridad, un llamado a las fuerzas más primitivas y brutales del cosmos.
Cada presentación de Azzaya es un ritual, una experiencia catártica donde la violencia sonora se mezcla con una presencia escénica opresiva, transformando al público en testigos involuntarios de una misa profana. No hay redención, no hay misericordia, solo un descenso vertiginoso hacia el abismo del caos absoluto.
Desde tierras andaluzas emerge con fuerza el primer lanzamiento de un nuevo proyecto que evoca al monte Natín. Este trabajo, compuesto por cinco temas, nos sumerge en un abismo ocultista y oscuro, fusionando con maestría el raw black metal y el black metal atmosférico. La crudeza descarnada del sonido de la guitarra, directo y afilado, se entrelaza con una atmósfera que invoca lo místico, lo oculto y lo gélido.
Las composiciones se despliegan con una brutalidad salvaje sobre una base de riffs crudos y distorsionados, explorando un estilo que oscila entre el raw black metal más puro y tonos depresivos. Las voces, desgarradoras y brutales, narran la caída de Granada en manos castellanas con una ferocidad que hiela la sangre.
La faceta más atmosférica del álbum es igualmente impactante, transportándonos a un mundo medieval donde historia y leyenda se entrelazan en un torbellino de oscuridad. El ritmo, a menudo, se sumerge en paisajes evocadores, donde Aznaitín muestra todo su poderío, equilibrando su brutalidad con la habilidad de dibujar escenarios polvorientos y medievales de luchas territoriales, impregnados de sonidos orientales y ecos de tiempos remotos de sangre y sudor.
En definitiva, estas cinco canciones no solo no nos dejan indiferentes, sino que nos golpean con una fuerza brutal, gracias al equilibrio perfecto entre la crudeza más feroz y una atmósfera cargada de poder evocador de épocas medievales.