El álbum “Samnite Black Metal” abre un portal a la negrura absoluta de los ritos más prohibidos de los antiguos samnitas, un pueblo guerrero nacido entre montañas hostiles, sangre derramada y pactos con fuerzas que jamás debieron ser invocadas. Cada tema es un descenso sin retorno a un abismo donde la furia primigenia se mezcla con el humo de sacrificios olvidados, donde la tierra misma parece respirar y estremecerse bajo el peso de viejos dioses hambrientos.
La obra despliega murallas sónicas erigidas con riffs corrosivos y atmósferas saturadas de sombra, un retrato impío de la valentía desesperada y la rabia ritual de aquellos que ofrecían su vida —y algo más— para mantener encendida la voluntad de deidades crueles. A través de rugidos metálicos y ecos de tormentas ancestrales, se evocan templos derruidos, estandartes empapados en sangre y voces que murmuran desde el límite entre el mundo de los vivos y el reino espectral.
“Samnite Black Metal” se hunde en la intersección profana entre el death metal más abrasivo y la negrura helada del black metal. Aquí, la frontera entre existencia y muerte se pulveriza. Los samnitas resurgen como espectros coronados por la oscuridad, como heraldos de un mundo sepultado bajo siglos de silencio, donde la magia es una herida abierta y eterna, y los dioses exigen tributo con un hambre infinita.
El concepto del álbum penetra en mitologías arcanas y sepultadas, explorando el misticismo más oscuro, la comunión con espíritus salvajes y la influencia venenosa de fuerzas que acechan más allá de la comprensión humana. Las letras invocan rituales de guerra ejecutados bajo lunas negras, sacrificios frenéticos destinados a quebrar la voluntad del enemigo y a despertar el favor de entidades colosales. La atmósfera es pesada como un sudario, sofocante y saturada de oscuridad, abriendo visiones de bosques devorados por la sombra, santuarios corroídos por la sangre y ceremonias que desgarran el velo entre mundos.
Las guitarras, afiladas como garras de bestias míticas, se entrelazan con baterías que golpean como cataclismos. De entre la tormenta sonora surge la llamada de antiguos poderes, un coro blasfemo que resuena desde cavernas y cráteres olvidados. Las voces —ora cavernosas como un lamento subterráneo, ora desgarradas como un sacrificio en plena euforia— narran prácticas estremecedoras donde fuego, acero y espíritu se funden en un solo acto de devoción abismal.
Riffs brutales, completamente despojados de luz, se abren paso entre capas atmosféricas impregnadas de muerte y trascendencia. La percusión descarga con la implacabilidad de un ejército espectral marchando hacia su destino, mientras las voces parecen surgir desde el núcleo mismo de las montañas, como una maldición eterna que nunca terminó de pronunciarse. El álbum es un viaje hacia un reino donde la guerra es un ritual santo, la sangre es ofrenda y la oscuridad el único lenguaje que los dioses escuchan.