Desde las entrañas del inframundo metálico, Themalefik retorna con su obra más devastadora hasta la fecha: Covenant of Chaos. Este nuevo álbum no es un simple regreso, sino una invocación armónica del caos, un manifiesto de guerra donde la brutalidad ancestral y la precisión contemporánea convergen en un solo acto de violencia sonora.
El conjunto canaliza la furia primitiva del thrash metal y la arrastra a través de un túnel de fuego, ruido y blasfemia. Aquí no hay concesiones ni ornamentos: cada compás golpea como un martillo de guerra, cada riff es una hoja forjada en hierro y odio. Covenant of Chaos no busca entretenimiento, sino purificación a través de la destrucción.
Evolucionando sobre las cenizas de sus trabajos previos, el álbum encarna la madurez del grupo, capturando la esencia más pura e implacable del género. Sus ocho composiciones forman un cuerpo indivisible: un ritual de aniquilación estructurado con precisión demoníaca, donde la agresión se alía con el control, y la furia se eleva a arte.
Un descenso en ocho actos
El viaje comienza con “Declaration of Desecration”, una apertura sacrílega que despliega disonancias abrasivas y voces que parecen brotar desde un abismo sin fondo. Es el prólogo de la perdición: un anuncio de que lo sagrado ha sido despojado de poder y que la oscuridad ha tomado su trono.
“Crucifixion Curse” cabalga con el ímpetu de la vieja guardia del metal, pero pervertida y acelerada hasta la extenuación. Las guitarras se baten en duelos de furia controlada, mientras las letras escupen herejía y desprecio hacia toda forma de redención.
En “Slaughter of the Innocent”, el vértigo domina. Blast beats frenéticos y riffs de precisión quirúrgica se funden en una tempestad que no concede respiro. Es el thrash metal reducido a su núcleo más brutal: velocidad, violencia y nihilismo.
“Forged in Hellfire” abre con un riff grave y opresivo, como el rugido de un horno infernal que precede a la devastación. La canción se alza como himno a la legión del abismo, un cántico a las fuerzas que renacen entre cenizas y sangre.
El punto de equilibrio llega con “Reign of the Beast”, un medio tiempo monumental donde la melodía emerge entre la devastación. Con solos armonizados y un estribillo imponente, se erige como la pieza más accesible del álbum, sin sacrificar su carácter apocalíptico.
“Ritual of Annihilation” profundiza en la oscuridad, abriendo con percusiones tribales que evocan ceremonias arcaicas antes de desembocar en un torbellino técnico y violento. Aquí, Themalefik demuestra que su caos no es desorden, sino voluntad estructurada de destrucción.
Con “Blackened Skies”, la banda alcanza el paroxismo. Una tormenta de riffs vertiginosos, blast beats a velocidades inhumanas y solos abrasivos que culminan en un clímax de absoluta devastación. Es el sonido del mundo colapsando bajo su propio peso.
Finalmente, la obra culmina con la majestuosa “Covenant of Chaos”, una oda al fin de todas las cosas. Inicia con arpegios sombríos que simulan un instante de calma antes de desatar un vendaval de secciones cambiantes. Su solo final es una síntesis del disco entero: furia, melodía, precisión y caos absoluto. Es el sello de un pacto eterno con las fuerzas primordiales de la oscuridad.
Conclusión
Con Covenant of Chaos, Themalefik no solo reafirma su lugar dentro de la escena extrema, sino que trasciende sus propios límites. Este álbum es una experiencia inmersiva, un viaje que combina la violencia ritual del thrash más despiadado con una ejecución impecable y una atmósfera que rezuma muerte y trascendencia.
Pocos discos del género consiguen canalizar tanta ira, técnica y oscuridad con semejante convicción. Covenant of Chaos no busca complacer: devora, consume y consagra.
«Tempelschlaf» desciende como un rito de extinción, el séptimo grimorio sonoro de The Ruins of Beverast, en el que la banda se sumerge aún más en su mórbido universo de disonancia, ruina y carne espiritual en descomposición. Aquí, la música respira un aire envenenado, saturado de ecos humanos que agonizan entre los muros derruidos de su propio templo interior. Los graves —abismales y palpitantes como el retumbar de una tierra enferma— continúan siendo la columna vertebral de este descenso, sosteniendo el peso de una visión que se marchita entre la fe y la podredumbre.
En su plano instrumental, «Tempelschlaf» se despoja de todo ornamento, como un cadáver preparado para su último rito. Las canciones se condensan, reducidas a su esencia más ritual y doliente, invocando un pulso litúrgico que avanza con la solemnidad de una procesión fúnebre. Sin embargo, la firma inconfundible de TROB —esa capacidad de traducir la pesadilla a sonido, de hacer audible el delirio— persiste con una claridad inquietante.
Los sintetizadores y samples, antaño sombras latentes en su sonido, se transforman ahora en portales de locura y alucinación, arrastrando al oyente hacia una psicosis lumínica donde lo místico y lo enfermizo convergen. «Tempelschlaf» no se escucha: se padece, se contempla como un sueño febril que, al desvanecerse, deja tras de sí la certidumbre de haber mirado dentro del abismo.
Desde el corazón espectral de Austria, el enigmático cónclave Transilvania emerge de su reclusión para ofrecer el primer y visceral demo de su inminente opus de larga duración, titulado "Magia Posthuma".
Este fragmento sonoro, bautizado como "Hallows of the Heir", es más que un simple adelanto; es una advertencia resonante. La grabación seminal, imbuida de una oscuridad palpable y primordial, destila la esencia misma de la desesperanza y la reverencia por lo oculto. El demo sirve como el preludio ineludible a un viaje a través de paisajes sónicos desoladores, donde la introspección más profunda converge con la decadencia estética.
"Magia Posthuma" se perfila no solo como un álbum, sino como una declaración artística solemne y definitiva, un grimorio musical cincelado con riffs gélidos y una percusión implacable. Transilvania, con esta ofrenda cruda, reafirma y consolida su maestría compositiva en los reinos más sombríos y esotéricos del Black Metal. Aquellos que se atrevan a escuchar serán testigos del descenso a la más auténtica magia póstuma.