And In Our Hearts the Devil Sings es el eco de una revelación blasfema. Malakhim emerge aquí más melódico y majestuoso, pero también más terrible, envuelto en una atmósfera de terror sacro, fatalidad inminente y devoción profana. El álbum respira una seriedad implacable, la de quienes entienden que el arte negro no se interpreta: se ofrenda.
En su segundo trabajo, los suecos alcanzan una precisión cruel, una arquitectura sonora tan meticulosa como letal, que no sacrifica ni la fiereza ni la profundidad espiritual. Cada riff corta como una hoja ritual dirigida contra lo sagrado, cada ritmo resuena como el tambor de una procesión hacia el abismo. Aun en su vértigo, la música abre espacios de resonancia abismal, himnos donde el eco del vacío se torna liturgia, revelando una dimensión ceremonial y épica que hasta ahora había permanecido oculta en su templo sonoro.
Así como Theion templó la crudeza primigenia del quinteto, And In Our Hearts the Devil Sings perfecciona ese pulso, canalizando la furia en una magia metálica más intensa y arcana, un equilibrio entre devastación y trascendencia. Nada de esto sería posible sin el conjuro técnico de M. Norman, cuya ingeniería se ha vuelto inseparable del lenguaje de Malakhim: un alquimista de frecuencias que da forma audible al caos ordenado.
Aunque no se erige como un álbum conceptual, su espíritu está entretejido con las ideas del Yetzer Hara, la inclinación innata del hombre hacia el mal. Aquí, el mal no es símbolo ni metáfora: es la esencia misma del impulso creativo. La imaginería visual acompaña esa visión: la portada, obra de K. Pavleska (Mors Ultima Ratio Art), encarna un presagio que parece respirar, mientras las ilustraciones de Karmazid —colaborador habitual de la banda— expanden ese universo de misticismo, corrupción y reverencia oscura.
“Puedes afirmar que no conoces ni crees en el Diablo, pero ten por seguro que el Diablo te conoce...”
Y en este álbum, el Diablo no susurra: canta. Cada nota es un juramento, cada silencio, una ofrenda. And In Our Hearts the Devil Sings no solo confirma la supremacía de Malakhim dentro del metal negro contemporáneo: lo consagra como un acto de fe invertida, una comunión sellada con sangre y sonido.